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La experiencia de viajar en Jeep por Colorado, EEUU

30.08.2012 01:35

Julián Alfonso
Tengo Tiempo

 


Fotos: Julián Alfonso

 

El automóvil ha permitido al hombre realizar la utopía de ir donde sea, cuando sea y con quien sea, pero si se enfoca este concepto con la visión de una marca como Jeep (que se especializa en vehículos todo terreno, para lugares con pocas o ninguna carretera asfaltada) es posible comprenderlo en toda su magnitud.

 

Pudimos comprobarlo cuando Chrysler Jeep de Venezuela y la organización internacional Chrysler-Jeep nos permitieron integrar el grupo de veintiún especialistas automotrices de todo el mundo que participó en el Jeep Experience en Colorado, Estados Unidos.
 
   
La aventura -que se repite año tras año y es una tradición de la marca- comienza en la famosa localidad de Durango, un verdadero pueblo de vaqueros, espléndidamente conservado por sus 14 mil habitantes.    Allí el visitante siente estar en una suerte de set cinematográfico donde todo es perfecto, desde el acabado de cada edificio, hasta el comportamiento de cada habitante.  Todo enmarcado por las impresionantes montañas de Colorado.    Y se comprende que el término “colorado” alude a la cambiante y variada tonalidad de éstas.
 

Los edificios de Durango no es que parezcan viejos…  lo son.   Para muestra, el Strater Hotel, donde nos reunimos con nuestros anfitriones de Jeep y nuestros compañeros de aventura.  Este hotel celebra 125 años de operación, entre sus ilustres visitantes se encuentra JFK, sus responsables lo mantienen en las mayores condiciones de originalidad posibles y pertenece a una categoría aparte de hoteles para el turismo, llamados “hoteles históricos”.     Otras tiendas, edificios y comercios en Durango pueden igualmente exhibir un historial semejante.
 

Durango atrae muchos turistas en la temporada invernal, pero su estación de ferrocarril es famosa a nivel nacional e internacional.    Allí opera una de las dos únicas locomotoras a vapor que se conservan funcionando en Estados Unidos.   Y con ella, previo consumo de unas tres toneladas de carbón, el visitante puede recorrer en unas cuatro horas el trayecto que le separa de Silverton.   Sin embargo, como todo en la vida, lo importante no es el destino, sino el camino y en este caso hablamos de un trayecto lleno de imágenes dignas de postal.
 

Silverton es un pueblito minero de unos doscientos años de edad.  Hace tiempo que la minería dejó de ser rentable, así que sus 600 habitantes viven del turismo y tratan de mantener el pueblo en las condiciones más atractivas posibles.   Las calles no están asfaltadas y el visitante enseguida se siente transportado a la época de los western y de las aventuras en las montañas.
 

En Silverton nos esperaban once Jeep de los modelos Wrangler Unlimited y Grand Cherokee, todos con el nuevo motor Pentastar V6 de Chrysler Corporation.   En ellos, en perfecta caravana, recorrimos varias de las cumbres que forman las Montañas Rocallosas.  Llegamos a 5mil metros de altura y subimos y bajamos interminables cumbres por todo tipo de camino verde, en condiciones inimaginables de seguridad y comodidad.   

 

El trayecto asfaltado que une todas estas montañas se conoce como “la carretera del millón de dólares” y National Geographic le considera uno de los doce mejores recorridos de montaña del mundo.    Acampamos en algún lugar de por allí, en un valle circundado por pinos.    Y al día siguiente recorrimos las cumbres del extremo opuesto, volviendo a quedar impresionados por la sucesión de tonalidades que exhibe cada montaña.   

 

Tras coronar un pico a 5mil metros de altura, todavía con glaciares fundiéndose al calor veraniego, descendimos por enésima y última vez desde el Imogene Pass hasta Telluride, mágica e impecable localidad con 4mil habitantes, que más tarde pudimos ver desde lo alto en su coqueto funicular, tan parecido al que opera en Caracas, en Ávila Mágica.  Un destino perfecto para quien desee vacacionar en un lugar diferente a los habituales.

 

En el bien pavimentado trayecto hasta Montrose, donde nos esperaba el avión de regreso, pudimos hacer reflexiones.   No sobre el paisaje, que impresionante como es, resulta equivalente a los muchos parajes que tenemos en Venezuela.    Tampoco sobre los Jeep, que hicieron exactamente lo que esperábamos de ellos.  Nuestras reflexiones fueron hacia el amor que los lugareños profesan a la región donde viven, a sus montañas y a sus paisajes.   Al amor con el cual conservan su patrimonio y le abren las puertas a los visitantes.    Y a lo mucho que tenemos que aprender los venezolanos por lo que respecta a valorar, querer y cuidar nuestro patrimonio con el mismo celo que en otros países cuidan el suyo.

 

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